Hoy vamos a estudiar como la oración efectúa cambios permanentes en las personas que a lo largo de la historia han practicado este medio poderoso de victoria en la vida y relacionamiento con Jesús.
(Lc 9:28-32) “Y aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro y a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente... Y Pedro y los que estaban con él, estaban cargados de sueño: y como despertaron, vieron su majestad, y a aquellos dos varones que estaban con él.”
Mateo, Marcos y Lucas narran el suceso extraordinario de la transfiguración de Jesús. Los tres relatos lo cuentan después que Jesús anunciara por primera vez que tenía que sufrir, y después de sus palabras claras sobre las consecuencias que traería el seguirle a Él: negarse a sí mismo, tomar la cruz y perder la vida.
Cada uno de los tres relatos enfatiza una particularidad que los otros dos evangelistas no mencionan y que encaja bien en el carácter del evangelio en cuestión.
Por ejemplo, Mateo describe la apariencia del Señor así: “resplandeció su rostro como el sol” (Mt 17:2), mientras que Marcos no menciona la faz del Señor, sino que se centra en sus ropas: “Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Mr 9:3).
Lucas a su vez, cuenta detalles que ni Mateo ni Marcos mencionan:
• El Señor subió al monte “a orar”.
• Su rostro cambió “entre tanto que oraba”.
• Los discípulos estaban “cargados de sueño”, durante la transfiguración del Señor.
Después de declararles a los discípulos las consecuencias de seguirlo a Él, que posiblemente podrían resultar en su ejecución y crucifixión, toma a tres de sus discípulos más cercanos y sube con ellos a un monte alto. Los lleva consigo para orar con ellos. Pero quería que recibieran una impresión permanente de la gloria del reino venidero y, sobre todo, de su propia gloria, al ser testigos de su transfiguración.
• Pedro sería crucificado en Roma años más tarde.
• Juan sería desterrado siendo ya un anciano.
• A Jacobo le quedaban pocos meses de vida, pues iba a morir por la espada de Herodes.
El ejemplo de su Maestro orando, y la visión de la gloria venidera, debían animarlos a soportar los sufrimientos y dolores vinculados con la vida del discípulo, “por el gozo que tenían por delante” (He 12:2).
Esta vivencia era como una profilaxis espiritual, para no “desmayar” en las aflicciones y dificultades que iban a venir después.
Sólo Lucas cuenta que el rostro del Señor y también sus vestidos cambiaron “mientras oraba”. Una gloria brillante, apenas descriptible con palabras, se reveló durante la oración, ante los ojos de los discípulos que luchaban con el sueño; así lo insinúa Lucas.
En otras palabras, cuando entramos en comunión con el señor, nuestras palabras cambiarán, nuestro rostro brillará de Cristo y nuestra manera de vestir cambiará. Todo en nuestra vida cambia cuando entramos en común ok con Dios por medio de la oración, y lo más hermoso es que esos cambios se reflejan permanentemente cuando habitualmente oramos al señor.
Muchos años más tarde, Pedro recuerda la transfiguración y parece buscar las palabras apropiadas, para poder transmitir a los lectores esta tremenda impresión:
(2 P 1:17-18) “Porque él había recibido de Dios Padre honra y gloria, cuando una tal voz fue a él enviada de la magnífica gloria: Este es el amado Hijo mío, en el cual yo me he agradado. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos juntamente con él en el monte santo.”
El hecho de que además aparecieran Moisés y Elías “en gloria” y hablaran con el Señor sobre “su salida que debía cumplir en Jerusalén”, es seguramente de gran importancia tipológica y práctica. Pero nos limitaremos aquí a considerar esta escena maravillosa solamente en lo que toca a la oración del Señor. ¿Qué podemos aprender de esto?
La oración transforma al que ora
Así como cambió el aspecto del Señor durante la oración en esta situación específica, nosotros también podemos ser transformados mediante la oración, la comunión y la obediencia, pero en nuestro caso, esto ocurre poco a poco. Por supuesto que el Señor no necesitaba ningún cambio moral. Él era perfecto en todas sus acciones y en todo momento.
Pero nosotros, sus seguidores sí que tenemos necesidad de cambio en nuestra moral y en nuestro carácter, y este cambio se efectuará si practicamos una vida de oración constante en la presencia del Señor, unido al estudio regular de la Biblia y la obediencia.
El rostro del Señor “resplandeció como el sol”, así lo cuenta Mateo. Él es la luz del mundo. Nuestros rostros sólo podrán reflejar algo de la gloria del Señor, si permanecemos a menudo en su presencia.
1. El ejemplo de Moisés
Cuando Moisés bajó del monte, después de estar 40 días en la presencia de Dios, y se presentó delante del pueblo, los israelitas vieron a Moisés y “he aquí la tez de su rostro era resplandeciente” (Ex 34:30). Moisés mismo no se había dado cuenta de ello. Estaba tan impresionado por la santidad y gloria de Dios, que en ningún momento pensó en sí mismo, ni tenía interés alguno en mirarse en el espejo o poner su propia persona en el centro de atención. La Biblia relata que “no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con Él [con Dios] hablado” (Ex 34:29).
Dos aspectos se acentúan aquí:
• Hablar con Dios (orar) cambia el aspecto del que ora y la impresión que damos o lo que irradiamos.
• Este cambio pasa inadvertido para la persona que ora, pero el entorno sí se da cuenta de ello.
• Podríamos añadir: Este cambio o irradiación no se puede conservar, porque depende de la comunión práctica con Dios.
Un ejemplo impactante de esto mismo es el de Robert C. Chapman (1803-1902), uno de los padres del así llamado “Movimiento de Hermanos” en Inglaterra. Más allá de las fronteras de su país era conocido como el “Apóstol del Amor”. A pesar de estar muy ocupado, se tomaba un día libre a la semana; con todo rigor los sábados normalmente no recibía a nadie. Todos los demás días estaba ocupado con las tareas y necesidades de la iglesia, pero se reservaba ese día para descansar y recuperarse, tanto espiritual como corporalmente. Se retiraba a su taller, donde oraba y se reconciliaba con Dios cada semana. Y así pasaba el sábado ayunando, y teniendo suficiente tiempo para derramar su corazón delante del Señor y meditar sobre la Palabra de Dios.
Una persona que por causa de una emergencia tuvo que molestarlo una vez, contó que al entrar en el taller la cara de Chapman “resplandecía como un ángel.”
2. El ejemplo de Ana
Ana, la madre de Samuel, también vivió un cambio tremendo. Entró a la presencia de Dios siendo una mujer amargada, frustrada y sumamente triste, y oró “largamente delante de Jehová” y “derramó su alma delante de Jehová”. Pero cuando después partió a su casa aliviada “ya no estaba triste su semblante” (1 S 1:10-18).
3. El ejemplo de Esteban
Recordemos también a Esteban, el primer mártir de la joven iglesia de Jerusalén. Después de una potente evangelización al aire libre, a la que siguió una vehemente discusión, lo cercaron los judíos llenos de rabia y crujiendo los dientes contra él. Pocas horas más tarde estaban decididos a echarle de la ciudad y apedrearlo.
Pero antes de esto leemos la impresión que dejó en la multitud alterada:
(Hch 6:15) “Todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel.”
Al final del relato hallamos la explicación de su semblante radiante:
(Hch 7:55) “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios”
El apóstol Pablo, que entonces era aún “Saulo respirando amenazas y muerte” (Hch 9:1) y había dado luz verde al apedreamiento de Estaban, quizá recordó después esta escena cuando escribió a los Corintios:
(2 Co 3:18) “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria como por el Espíritu del Señor.”
La desgana y el cansancio al orar, ¿hay una salida para este dilema?
(Lc 9:29) “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.”
A pesar de esta asombrosa transformación, los discípulos se encontraban en un sueño del que sólo despertaron lentamente. También aquí es notable que sólo Lucas menciona esta debilidad humana de los discípulos, mientras que Mateo y Marcos no mencionan ni una sola palabra de esto.
La intención del Espíritu Santo parece indicar un problema con el que todo discípulo tiene que pelear: desgana y cansancio para orar.
A primera vista parece inconcebible que se durmieran precisamente en un momento tan dramático y sobrenatural. Debiendo recibir una impresión permanente y alentadora de la inefable gloria futura del Señor y de su reino, son vencidos por el cansancio. Durmiendo, se pierden el punto culminante de su vida.
Lucas describe la escena con gran precisión:
(Lc 9:32) “Pedro y los que estaban con él, estaban cargados de sueño: y como despertaron, vieron su majestad, y a aquellos dos varones que estaban con él.”
Si nos imaginamos la escena, vemos cómo Pedro y los otros dos discípulos luchan contra este sueño, frotándose los ojos, moviendo la cabeza y todavía sin saber si están soñando o están viendo la realidad.
Marcos enfatiza que “estaban espantados” (Mr 9:6) y que Pedro en su apuro y de forma irreflexiva sugiere hacer tres cabañas. Lucas comenta el comportamiento de Pedro diciendo “no sabía lo que decía” (Lc 9:33) y que hubiese sido mejor si hubiera callado. Porque Lucas nos dice que de repente vino “una nube que los cubrió” (Lc 9:34), y después ya no vieron al Jesús glorificado, sino al Jesús de Nazaret en su humillación.
“Hacer cabañas o enramadas”, actuar para el Señor, eso aparentemente no le era difícil a Pedro y a los otros discípulos. El orar, sin embargo, les era una cosa pesada y cansina.
Es interesante que poco después ocurre una historia parecida que también revela la debilidad de los discípulos. En esa ocasión estos tres discípulos estaban también con nuestro Señor, pues los llevó consigo al huerto de Getsemaní, para velar y orar con Él. Las circunstancias exteriores eran abrumadoras en esta ocasión. No tenían delante a un Señor transfigurado y rodeado de gloria, sino al Hijo del Hombre lleno de temor y “triste hasta la muerte” (Mt 26:38). También aquí los discípulos se duermen “de tristeza”, según nos cuenta Lucas (Lc 22:45).
Siendo Pedro el que llevaba siempre la palabra, tuvo que escuchar la pregunta del Señor:
(Mr 14:37-38) “Simón, ¿duermes? ¿no has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación.”
El hecho de que el Señor los despertara y amonestara otras dos veces, no cambió para nada su cansancio a la hora de orar.
Pero una hora más tarde, los discípulos, y Pedro por delante de todos, estaban bien despiertos cuando los soldados y ministros del sumo sacerdote invadieron el huerto, sonando las armas para tomar preso al Señor.
De nuevo es Pedro el portavoz, quien espontáneamente echa mano de su espada escondida y pregunta: “Señor, ¿heriremos a espada?” (Lc 22:49), y un instante después apunta a la cabeza de uno de los hombres armados, pero sólo dio con la oreja de Malco (Jn 18:10).
Cuando se trata de orar con perseverancia: ¡Cansancio! Cuando se trata de actividad y hacer exhibición de fuerza: ¡Vivitos y coleando! Esto lo conocemos bien por experiencia.
La persona que ora está bajo observación del diablo
Parece que el enemigo de Dios mueve “los poderes de la tierra” para quitarnos de orar o estorbarnos en la oración.
Si nosotros subestimamos el poder de la oración, ¡el diablo sí sabe muy bien lo eficaz que es la oración!
Satanás no puede ver a un creyente orando, ni en pintura. Odia la humildad y dependencia de Dios expresada por la oración.
El adversario de Dios no ha olvidado la influencia que tuvieron los hombres de oración de la Biblia, como lo fueron Abraham, Samuel, Elías, Eliseo y Daniel, que estorbaron sus intenciones asesinas. Por eso disparará todas las “flechas ardientes” disponibles (Ef 6:16) para quitarnos también a nosotros de orar o alimentar nuestros pensamientos con fantasías a menudo vergonzosas.
Muchos de nosotros tendremos que confesar que especialmente durante la oración nos sentimos atacados o abrumados por los pensamientos y problemas de la vida diaria.
Si el diablo no consigue impedir que oremos, con toda seguridad intentará por todos los medios estorbarnos o cargarnos con un cansancio repentino, o hacernos ver la importancia de los trabajos por hacer.
Ole Hallesby ha descrito muy acertadamente estos problemas y las tentaciones en su libro “La oración”:
“Nuestra vieja naturaleza dentro de nosotros no nos niega directamente la oración. En ese caso nuestra lucha contra la carne no sería tan dura. Pero la carne lucha de manera indirecta contra la oración, con gran habilidad y talento. Instintiva y automáticamente moviliza toda clase de razones para hacernos ver que no es el momento de orar. Tenemos prisa, nuestro espíritu está distraído, el corazón no tiene ganas de orar, después será más oportuno, estaremos más tranquilos y más concentrados. Ya, por fin llegó el momento cuando queremos orar, pero de repente nos viene un pensamiento: Esto o lo otro tienes que hacerlo primero. Cuando lo hayas terminado, entonces todo estará listo para tener una hora de oración tranquila. Así que hacemos esa cosa primero. Pero una vez terminada, nuestra mente está distraída y nuestra concentración se ha ido. Y casi sin darnos cuenta ha pasado el día, sin que hayamos tenido una hora tranquila con Dios.”
En su carta a Georg Spalatin, Lutero escribió
el 9 de septiembre de 1521:
“Ha llegado el tiempo de orar con todas las fuerzas contra Satanás, porque anda gestando alguna tragedia funesta contra Alemania. Yo me estoy temiendo que el Señor se lo permita y aquí me tienes roncando y perezoso para orar y resistir, hasta tal punto que estoy violentamente descontento y cansado de mí mismo, a lo mejor porque me encuentro solo y vosotros no me ayudáis. Oremos y vigilemos para no entrar en tentación (Mt 26:41)”
La oración requiere concentración y es un duro
trabajo. Para evitar distraerse y divagar, a muchos creyentes los ayuda orar en
alta voz. Otros, oran en el silencio de una habitación. No importa cual sea el
lugar donde te sientas mejor, pero no permitas que pase un solo día sin que el
poder del señor Jesús te transforme por medio ee la oración.
No te distraigas, no te duermas, no te alejes. Es momento de orar y de orar para ser transformados permanentemente.
Espero sinceramente que el poder de la oración nos transforme y nos llene de luz y que seamos luminarias para otras almas que necesitan del poder transformador de Cristo.
Quiero terminar con la siguiente cita de la sierva del señor:
“Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos: Cuando sintamos que necesitamos la presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de introducir sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartarnos de nuestro mejor Amigo, el que más simpatiza con nosotros. A nadie, fuera de Jesús, debiéramos hacer confidente nuestro. Podemos comunicarle con seguridad todo lo que está en nuestro corazón.—Joyas de los Testimonios 2:60. . Or 10.4
Que Dios te bendiga y que experimentes el poder transformador y renovador de Cristo por medio de la constante y diaria oración.
J. M. Suazo